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En llamativa coincidencia nos ha llegado la noticia de que veintiséis universidades japonesas en sus Facultades han clausurado los cursos de Ciencias Sociales y Humanidades por considerarlas inútiles. Se ordenó por decreto ministerial que esas asignaturas sean reemplazadas por otras que cumplan con “servir en áreas que llenen mejor las necesidades de la sociedad”.

En el mes de octubre del presente año, en el diario: “El Espectador” de Colombia apareció el siguiente titular: “¿El fin de las humanidades?”. A continuación señalaba: “De los 189 programas de doctorado que concursaron para recibir becas de ciencias que permitan financiar a sus estudiantes, solo 40 pasaron la evaluación preliminar. Ninguno corresponde a las ciencias sociales…”. Colombia apostaba por una “visión productivista del conocimiento”.

Algunos experimentados catedráticos universitarios estiman que la progresiva disminución de estas asignaturas en la educación superior constituye un ataque frontal al conocimiento universal, es la tendencia pragmatoide de obsesión por lo inmediato; otros consideran que dejar de lado estos estudios significa la muerte de uno de los repositorios más grandes de la libertad.

Estos dos acontecimientos, de Asia y de Suramérica, pone de relieve la pugna existente a nivel global del sentido de la educación superior que se le debe de imprimir. La una pretende tratar a la educación como un instrumento al servicio del capital y del mercado a fin de proporcionarles a sus estudiantes una visión productivista del conocimiento y de la investigación para que de esa manera puedan abrirse paso en el mercado de trabajo. Los que abogan por suprimir las humanidades y las ciencias sociales del plan de estudios encuentran una magnífica coartada: la palabrería conceptual de las humanidades y el cogito ergo sum de Descartes no los hace competitivos en el mercado laboral, les impide asumir la convicción de que para que un país avance necesita principalmente de los desarrollos de la economía, negocios, ciencia, tecnología, ingeniería, comercio exterior, informática, medicina, etc.

Nuestros lectores para documentarse tienen en este número de SAPERE artículos que abordan esta temática en el que algunos distinguidos colaboradores exponen ideas en cuanto a que las humanidades bien enseñadas permite la formación de mentes libres, creativas, dispuesta a debatir y dialogar racionalmente sobre los grandes problemas sociales, dotándoles de armas culturales, epistemológicas, históricas y lingüísticas para poder enfrentar un mundo extraordinariamente conflictivo. Infortunadamente los promotores de la supresión de las humanidades están convencidos que la formación técnica y competente está reñida con una buena formación humanística.

El artículo del filósofo y catedrático español José Luis Pardo y del profesor José Solana, que se consignan en esta edición, consideran que se trata de un inmenso error. En las condiciones sociopolíticas en que nos encontramos especialmente a la juventud, ¿no debería de ofrecerse un curso de ética bien formulado, donde se aborden los temas como el de las drogas, la violencia social, el narcotráfico, el aborto, la clonación, la muerte asistida, la enajenación, la desigualdad o la crisis de valores?; ¿el estudiante universitario no debería saber cuáles son las concepciones filosóficas que han conformado a nuestra sociedad desde el pensamiento prehispánico hasta la actualidad?; ¿no debería tener elementos para conformar un pensamiento propio y crítico correctamente formulado? ¿Y no debería ser consciente de la dimensión estética que se expresa en el arte o la literatura? Y en el caso de la técnica y la ciencia, ¿no deberían saber qué es la técnica y la ciencia; cuáles son sus funciones en la sociedad y cuáles son sus formas de utilización beneficiosas o perjudiciales para la naturaleza y la especie humana?

Nuestra modesta contribución, en esta ocasión, consiste en poner en diálogo esta tendencia antihumanística con el humanismo integral y las ciencias sociales para evitar convertir a la gente en robots, en piezas eficientes, inconscientes y acríticas de los procesos de acumulación; y la otra que desea formar seres humanos integrales: buenos para la producción y la ciencia, pero críticos y sensibles con la sociedad y con los cambios que se suceden.

Finalmente, quizás el mercado soluciona mejor que nadie la producción de bienes pero, como lo manifestara el magnífico ensayista y poeta mexicano Octavio Paz, “El mercado no es una respuesta a las necesidades más profundas del hombre. En nuestros espíritus y en nuestros corazones hay un hueco, una sed que no pueden satisfacer las democracias capitalistas ni la técnica”.

¿Se imaginan existir sin pensar? Yo no

 

Dr. Jorge Godenzi Alegre    
Editor    
     
 

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